¿Conocemos el concepto real de evaluación? ¿Se aplicará en nuestra vida personal? ¿Evaluamos adecuadamente a nuestros hijos? ¿En su educación, se le aplica la mejor evaluación? Para poder desarrollar este tema referente a la evaluación educativa de los padres habría que ir y repasar de respuesta en respuesta, las interrogantes planteadas.
Comenzando con la primera interrogante, como evaluación damos por descontado a la acción y efecto de evaluar, lo que quiere decir que vendría a ser el entendimiento que tiene como propósito de instituir bajo un criterio de normas, la utilidad, el realce o el concepto de algo, o mejor dicho, considerar la importancia de valorar como quedó ese asunto luego de aplicada o terminada una obligación o responsabilidad propia, y así medir su resultado. Es por ello que hoy en día se aprende a reconocer o implementar el verdadero significado real de evaluación, afirmándola como una valuación o análisis. De momento se muestra entonces que toda evaluación sobrepasa lo cuantitativo requiriendo de lo cualitativo. Podemos ubicar esto último, en muchos escritos de paredes en diferentes localidades de Bogotá, mencionado entre otras a Suba, donde invitan a adoptar el mejor estilo de evaluar.
Conocido ya el concepto de evaluación, busquemos la siguiente respuesta, sobre si la aplicamos en nuestra vida personal. Muchas veces no somos conscientes que la evaluación es parte real y diaria de nuestro día, ya que normalmente revisamos y valuamos los momentos que se nos van presentando y a la par, vamos actuando convenientemente, como por ejemplo, ¿por qué llora mi hijo? Diría una madre cuando el niño llora constantemente, allí mismo con solo hacerse esa pregunta, esa mamá ya está evaluando el por qué del llanto, y a la vez, se podría decir que el niño también evalúa o siente esa sensación de evaluación, al notar que ella lo está atendiendo por su lloriqueo. De esta manera se deduce que nosotros estamos en constantes autoevaluaciones con las que queremos rebuscar nuestro confort. Tales evaluaciones tendrán como norte la orientación hacia la mejoría y calidad de nuestra vida.
Así como el ejemplo anterior de un hijo y su madre explicó la evaluación en nuestra vida personal, podríamos tratar de responder la siguiente interrogante de cómo evaluamos adecuadamente a nuestros hijos, lo cual va más allá de apreciar la evolución del niño de manera preventiva ya que es un momento básico en el desarrollo de su formación, porque precisamente se va ajustando a la educación de familia o del hogar. Esa evaluación tiene que ser ininterrumpida, general y formativa para que logre sus frutos, y los padres sientan que están encaminando de la mejor manera a sus hijos en los primeros años de su vida. En este caso, que se haga a lo largo de su etapa de crecimiento infantil por la parte ininterrumpida y general, donde deberían cumplirse los propósitos familiares sin olvidar que en toda etapa infantil se pueden descubrir notables disparidades en su desarrollo motriz y/o madurez cognoscitiva, como por ejemplo, un inicio de su uso de razón más lenta que el de sus hermanos o vecinos, así como que a los pocos meses exteriorice una rápida progresión en su desarrollo. En lo que respecta a la parte formativa, se refiere al concepto de familia y de casa que se le va inculcando y educando, a fin vaya dándose cuenta de la calidad de lo que se le va diciendo o que está recibiendo de sus padres, quienes a la vez deben internalizar las necesidades espaciales y ritmo de aprendizaje de sus hijos.
Finalmente, y en atención a lo anteriormente escrito, en lo que respecta a la evaluación en su educación, hay que verla como un progreso perseverante y personalizado dentro del método de enseñanza-aprendizaje cuyo propósito es ver y saber tratar el progreso de ellos como estudiantes para, si es necesario, tomar las debidas medidas de complemento que nos garanticen el alcance de los planes educativos propios para su nivel escolar.